Ahora estoy en mi justo medio. Ahora sí estoy en un buen clima para mi espíritu. Ahora sí respiro mi propio aire de salud y de vida. Ahora sí navego por mis mares y mis ríos. Ahora sí camino por plácidos senderos en fiesta de lozanía y primavera. Ahora sí abro, al sol y al campo, al horizonte azul, todas las ventanas de mi exclusiva propiedad. Ahora yo si soy yo.

Estoy, ahora sí, en mi elemento. No sé por qué. Mas, aún es buen tiempo de empezar.

Aún es tiempo. Tiempo de aprender y tiempo de enseñar. Tiempo de sembrar -¡Oh divino Darío! Y tiempo de coger. Tiempo de ir y tiempo de venir. Tiempo de encender altas lámparas y tiempo de apagar locas hogueras. Tiempo de dar y tiempo de recibir. Aún, del mágico cántaro de la firme voluntad y del firme carácter, no se ha escapado, hacia el fracaso y la fatiga, la postrer gota de agua vencedora. Estoy, ahora sí, en mi justo medio. Ahora sí estoy en un clima propicio para la salud de mi espíritu. Voy a ensayar, como las águilas de Heráclito, el poder absoluto de mis alas.

Veremos cómo resulta hermosa la soberbia majestad de su vuelo.

lunes, 12 de marzo de 2012

LA NARRATIVA DEL ALMA EMPONZOÑADA



Humberto Jaramillo Ángel comparte con otros narradores de su época el deseo de ahondar en los conflictos de la interioridad humana y apartarse del costumbrismo descriptivo y el realismo especular. En la literatura del Gran Caldas eso se traduce en un deslinde muy claro con el grecolatinismo, curiosa e importante tendencia que privilegiaba el componente retórico y situaba los referentes en imágenes cristalizadas de la cultura clásica. 
Esa actitud y su desarrollo en cuentos de atmósfera agónica, con personajes desgarrados en “ambientes citadinos y brumosos, que hablan del ser moderno angustiado por la mera existencia”, como lo afirma César Augusto Reyes en su Aproximación crítica a la cuentística de Humberto Jaramillo Ángel (Tesis de Maestría. UTP. 2007), es lo que permite situar al autor entre los “neorrealistas” latinoamericanos, siguiendo la propuesta de Enrique Anderson Imbert.
Se trata de una narrativa de la interioridad y del conflicto que anida en el alma que toma conciencia de sí misma en contextos de transformación y crisis: Lo urbano que empuja a una sociedad anclada en el pasado. Muy poco del entorno en la tradición conocida de montañas, fondas y caminos hay en esta obra. El desasosiego, la pesadumbre, la soledad, el dolor innominado y el odio que crece sin cesar, en un mundo que se solaza en la árida cotidianidad y renuncia a la trascendencia, son los componentes comunes de los personajes de Jaramillo Ángel, desprovistos del consuelo que podrían brindar el humor y el erotismo. 
Con una puntuación excéntrica, que rompe el aliento del lector y redunda en la exclamación; con diálogos artificiosos que marcan el deseo de extrañamiento (esto es literatura, esto es trascendencia; no es la realidad) y con hipérbatos recurrentes que elevan el ritmo, Jaramillo Ángel diseña un mundo personal para sus cuentos. La gran mayoría de ellos no están planteados desde una anécdota que rija un argumento, sino como estampas en las que se evidencia lo trágico y absurdo de una vida mirada con detalle en un momento de toma de conciencia. Las formas flexibles del narrador y su amargura permiten que el cinismo, que está ya en la actitud del autor hacia sus criaturas, se convierta en propuesta estética. Por tal razón estos cuentos, como lo dice el mismo autor, son “un vino amargo del cual solamente se podrán beber pequeños sorbos”. En la “Portada” de Multitud (1940), el primer libro que recoge sus narraciones, Jaramillo Ángel afirma: “Los muñecos a quienes se les da vida en estos cuentos, son todos hombres que sufren, que gritan, que zozobran en sus propias pasiones, que matan o que se meten vida adentro, multitud adentro, confesando en voz alta sus propios pecados, poniendo al descubierto sus almas, desnudándose de ellos mismos y tratando de desnudar a la humanidad que los cerca, que los empuja muerte arriba”. 
Los personajes de Humberto Jaramillo Ángel son siempre individuos a quienes se mira con ironía para desnudar el dolor que nace de la existencia misma. Son seres enfebrecidos de rencor, descontentos de todo, incómodos habitantes de una ciudad insensible; algunos, como los de Poe, obsesionados por el asesinato; otros parecen sacados de las páginas de Papini, Andreiev, Turgueniev o Dostoievsky. Todos son depositarios de un odio que se lleva como estigma o maldición, como “el mal sagrado”, un odio que carece de razón pero da sentido a una vida; sentido doloroso, pero sentido de todos modos. Este pathos encuentra diversas manifestaciones, como el hambre permanente y el juicio a todo; el personaje juzga a quienes no considera sus semejantes y son, por lo tanto, prescindibles. “El odio debiera ser el estado normal del hombre. El odio y la venganza”, dice uno de esos personajes; la reiteración y el énfasis de ese odio dan coherencia a una obra muy particular que encuentra pocos referentes en la narrativa colombiana de su época.
El insultado, el ofendido, el humillado, el estigmatizado, reaccionan con arbitrariedad y juzgan desde sus obsesiones. El otro existe para odiarlo y lanzar sobre él todas las miserias, para soñar con su muerte. Para estos personajes es humillante toda concesión, toda posibilidad de comprender al prójimo; no hay espacio para la compasión en un alma emponzoñada que, a pesar de ser consciente de su tragedia, siempre cree tener “toda la razón”. Son todos enfermos de exceso de conciencia, como los personajes de Dostoievsky.
 En sus cinco libros de cuentos, Jaramillo Ángel entrelaza los relatos por fragmentos de historias, por la actitud de odio general y por tópicos reiterados. La visión del narrador, con preferencia en primera persona, cambia poco; no narra con fluidez sino que da vueltas en torno de las obsesiones; a veces aparece más sosegado el espíritu en cuentos que son islas dentro de la pesadumbre, pero vuelve el hombre solitario, abandonado de afectos, suicida sin motivo, obnubilado por el misterio, hastiado de la vida comarcana: No puede resolver el sentido del nombre de alguien, de un ojo que mira, de un perro o un gato; no encuentra sentido al viento que corre por todas estas páginas.
A veces la crisis de conciencia se empantana en la retórica de fragmentos altisonantes: Es un sufrimiento narrado, con muy poca trama, pensado desde el paisaje interno que no encuentra correspondencia en el externo. Todo se resuelve con mucha lentitud y frecuentemente no se resuelve en absoluto. Los personajes hablan como profetas bíblicos; son figuras hieráticas que hablan y luego callan, agotadas por las exclamaciones. Varios de los cuentos son largas confesiones, monologadas o con un interlocutor que sólo interviene para asombrarse o para alentar al otro. Son personajes típicamente literarios, sacados de viejas lecturas (Judas, Caín, Lázaro, Job, las almas atormentadas de Dostoievsky), casi todos dogmáticos e incapaces de matizar el discurso.
Los cuentos de Humberto Jaramillo Ángel, de los que aquí presentamos una muestra, constituyen un prontuario del alma humana en agonía, que sueña con morir sola, poseída por el odio; suicidarse, asesinar a alguien o recluirse en la prisión o el frenocomio. Al fin y al cabo, todos vamos “vida abajo, muerte arriba” por entre la multitud.



Carlos A. Castrillón
Universidad del Quindío


Prólogo del libro Cuentos (2008). Cuadernos Negros Editorial, Calarcá, Quindío, Colombia. Edición conmemorativa de los cien años del natalicio de Humberto Jaramillo Ángel. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario